¿Quién no recuerda que en los lejanos ’90, la
empresa Metrovías instaló una pedorrísima campaña publicitaria tratando de
generar una épica legendaria al Subte de Buenos Aires? Muchos memoriosos
recordarán el comercial y los afiches del Minotopo, un ser burdamente plagiado
de la leyenda cretense del Minotauro, que vagaba por los calurosos y
pestilentes túneles de la red de metro porteña, o el aún más insulso Eleón, un
dios del viento que mediante su soplido (aunque lo correcto hubiese sido hablar
de una fuerte halitosis) empujaba los vagones entre estación y estación.
Tomando como referencia estas figuras, el
lector de MUERTA podrá encontrarse con los minotopos, una tribu urbana cada vez
más numerosa que desarrolla sus habilidades en los intrincados laberintos del
subterráneo, haciendo, poco a poco, que los coches de cada una de las formaciones
se mimetice con gran parte de su vida.
Contrariamente a lo que es estándar en toda
tribu urbana, los minotopos no tienen un fuerte componente de imagen externa
que los caracterice, suelen mimetizarse sin demasiados inconvenientes con
cualquier ciudadano de a pie. Inclusive, han sido difícilmente identificables
hasta hace algunos años, hasta que explotaron como un boom en tiempos
relativamente recientes. Su historia se inicia en la Línea B, donde se convirtieron
en personajes distintivos del trayecto, casi tanto como los pungas, el
impresentable que ofrece su mini recital de hip-hop a cambio de unas monedas o
el enfermo de HIV que no encuentra trabajo y está a punto de morirse desde 1991.
Con la precarización del servicio por parte de la concesionaria, se fueron
extendiendo a las otras líneas, y el golpe de gracia llegó de la mano de la
renovación de flota de la Línea A, donde reemplazaron 90 coches con 51, y el
consecuente colapso de la misma.
Pero finalmente, ¿qué característica identifica
a los minotopos? Ya que no son fáciles de distinguir de cualquier jubilado,
estudiante u oficinista, su principal característica física es su constante
rictus de miserable y el aplanamiento y ensanchamiento de sus caderas, como
consecuencia de su principal ritual: el viaje en sentido contrario a destino
para el mero efecto de obtener un asiento a toda costa. Es así que los
minotopos llegan a la cabecera de línea con sus glúteos literalmente encallados
en el asiento, al aguardo que tras varios minutos de espera, retome su marcha
hacia el recorrido deseado, protegiendo su posición de la misma manera que un
soldado en la trinchera utilizando todo tipo de recursos (mirada
deliberadamente perdida, simulación de sueño, utilización de auriculares. etc)
para no ceder su lugar, así suba la Madre Teresa de Calcuta embarazada de
trillizos.
Poco a poco estos primeros personajes, que
aparecían en contadas ocasiones en la Estación Florida hacia la Estación Alem,
fueron perfeccionando su técnica, anticipándose en un número cada vez mayor de
estaciones, hasta llegar a casos en la que algunos minotopos ascienden en la Estación
Tronador para llegar a la cabecera de Alem y poder viajar sentados hasta la Estación
Los Incas. Con el correr de los meses, su práctica se expandió a las otras
líneas del servicio, e inclusive han formado una ONG, a fin de elevar un
petitorio ante Subterráneos de Buenos Aires para la reconversión de la Estación
Catedral de la Línea D, donde todos los pasajeros deben descender y el tren
reingresa en el andén de enfrente vacío y con todos sus lugares disponibles.
Finalmente, como en toda tribu urbana se
comienzan a tejer mitos e historias perdidas en la neblina de lo incomprobable.
Así llegó a MUERTA el rumor del minotopo que vaga los 365 días en todo el
trayecto de la Línea A desde hace ya seis años. Esperando infructuosamente que
el Jefe de Gobierno inaugure las estaciones de Plaza Flores y Nazca, terminadas
en aquel ya lejano tiempo, con la esperanza, cada vez más deshilachada, de
poder llegar hasta su casa sin mover el ojete de su lugar en el primer vagón.