El musical bate records de público y elogiosos comentarios de la crítica especializada. MUERTA vió la obra y le comenta por qué (en la imagen, el afiche del musical)
Diciembre del 2001, Acoyte y Rivadavia, la tradicional esquina de Caballito. Una multitud bate cacerolas rítmicamente. Repentinamente, una columna de encapuchados con palos y gente andrajosa, se acerca amenazante. Lejos de asustarse, la multitud los recibe con una sonrisa e inician juntos el baile. Con la pegadiza “Piquete y cacerola, la lucha es una sola” y una bella y ajustada coreografía a la usanza de "Stomp" , se desarrolla el nudo central de “Cacerolazo, el musical”.
La obra remite a los difíciles días de la caída del Dr. De la Rúa, el corralito, la desesperación y la amargura del argentino promedio. En ella, Tomás (otra consagratoria actuación de Jonathan Pequebú) es uno de los tantos caceroleros indignados por el saqueo, la corrupción y la desidia de la clase política.
A punto de sacar con tarjeta sus vacaciones en Cancún (relatadas en un efectivo ritmo caribeño), Tomás es víctima de la inmovilización de ahorros y se ve desesperado, al igual que miles de compatriotas. Sin embargo, no se da por vencido y recuerda esa furia rebelde de la salida del cine tras ver “Tango Feroz” años atrás y se reúne con la Asamblea Vecinal de Caballito, vecinos con sus mismos problemas, pero que no por eso, dejan de cantar y bailar.
Allí entra en escena Samantha (Grace Kelly Olmos), la heroína del musical, joven, rubia y oxigenada, desesperada porque no encuentra cajero que le de plata para pagar el gimnasio y el Koleston (no en vano, uno de los sponsors de la obra) que evita convertirla en una vulgar castaña…el lamento del tango “Al que labura, Dios no lo ayuda” nos confirma la excelencia vocal y versatilidad de Kelly Olmos, en una tarea descollante.
De más está decir que Tommy y Samantha se sienten atraídos, unidos no solo por el sentimiento sino por la acción y se convierten en líderes del cacerolazo de Caballito. Todo marcha bien, hasta la aparición del Zurdo Julián (el galán Ernesto Pitrola, en una precisa interpretación), quien encabezando la columna piquetera, convence a Samantha de que pobres y clase media deben luchar por lo mismo. Obviamente, esta es una vil maniobra para robar su amor y accederla carnalmente.
Cuando Tomás empieza a lamentar la pérdida y parece que el villano cumple su cometido, la providencial aparición de una “señora bien” (Chunchuna Casafúz Ugarte, una verdadero gloria del teatro nacional, retornando a la actividad por la puerta grande), revela a Samantha la realidad y los verdaderos planes de Julián, que quedan expuestos cuando utiliza políticamente a sus seguidores para golpear a los vecinos. Afortunadamente, nuestro héroe regresa con varios amigos del boliche (una verdadera batalla de danzas en una hermosa coreografía) y logra poner en retirada al Zurdo y sus seguidores. Demostrando su humanismo, Tommy promete que tomará como empleada de limpieza a una pobre mujer abandonada a su suerte por el abusador zurdaje, en un aria operística conmovedora.
El final no podía ser otro que el “happy end” con nuestros bellos protagonistas habiendo recuperado su poder adquisitivo y disfrutando de su luna de miel en el Caribe, ganado con su propio esfuerzo y sin recibir dádivas de nadie, en un país donde no trabaja el que no quiere. Solo resta aclarar que el público (lleno total aún con entradas a casi $ 300) estalla de júbilo y parte raudo fuera del teatro a recomendar la obra a sus amigos, en su merecida cena en algún restó de Palermo Hollywood.
Diciembre del 2001, Acoyte y Rivadavia, la tradicional esquina de Caballito. Una multitud bate cacerolas rítmicamente. Repentinamente, una columna de encapuchados con palos y gente andrajosa, se acerca amenazante. Lejos de asustarse, la multitud los recibe con una sonrisa e inician juntos el baile. Con la pegadiza “Piquete y cacerola, la lucha es una sola” y una bella y ajustada coreografía a la usanza de "Stomp" , se desarrolla el nudo central de “Cacerolazo, el musical”.
La obra remite a los difíciles días de la caída del Dr. De la Rúa, el corralito, la desesperación y la amargura del argentino promedio. En ella, Tomás (otra consagratoria actuación de Jonathan Pequebú) es uno de los tantos caceroleros indignados por el saqueo, la corrupción y la desidia de la clase política.
A punto de sacar con tarjeta sus vacaciones en Cancún (relatadas en un efectivo ritmo caribeño), Tomás es víctima de la inmovilización de ahorros y se ve desesperado, al igual que miles de compatriotas. Sin embargo, no se da por vencido y recuerda esa furia rebelde de la salida del cine tras ver “Tango Feroz” años atrás y se reúne con la Asamblea Vecinal de Caballito, vecinos con sus mismos problemas, pero que no por eso, dejan de cantar y bailar.
Allí entra en escena Samantha (Grace Kelly Olmos), la heroína del musical, joven, rubia y oxigenada, desesperada porque no encuentra cajero que le de plata para pagar el gimnasio y el Koleston (no en vano, uno de los sponsors de la obra) que evita convertirla en una vulgar castaña…el lamento del tango “Al que labura, Dios no lo ayuda” nos confirma la excelencia vocal y versatilidad de Kelly Olmos, en una tarea descollante.
De más está decir que Tommy y Samantha se sienten atraídos, unidos no solo por el sentimiento sino por la acción y se convierten en líderes del cacerolazo de Caballito. Todo marcha bien, hasta la aparición del Zurdo Julián (el galán Ernesto Pitrola, en una precisa interpretación), quien encabezando la columna piquetera, convence a Samantha de que pobres y clase media deben luchar por lo mismo. Obviamente, esta es una vil maniobra para robar su amor y accederla carnalmente.
Cuando Tomás empieza a lamentar la pérdida y parece que el villano cumple su cometido, la providencial aparición de una “señora bien” (Chunchuna Casafúz Ugarte, una verdadero gloria del teatro nacional, retornando a la actividad por la puerta grande), revela a Samantha la realidad y los verdaderos planes de Julián, que quedan expuestos cuando utiliza políticamente a sus seguidores para golpear a los vecinos. Afortunadamente, nuestro héroe regresa con varios amigos del boliche (una verdadera batalla de danzas en una hermosa coreografía) y logra poner en retirada al Zurdo y sus seguidores. Demostrando su humanismo, Tommy promete que tomará como empleada de limpieza a una pobre mujer abandonada a su suerte por el abusador zurdaje, en un aria operística conmovedora.
El final no podía ser otro que el “happy end” con nuestros bellos protagonistas habiendo recuperado su poder adquisitivo y disfrutando de su luna de miel en el Caribe, ganado con su propio esfuerzo y sin recibir dádivas de nadie, en un país donde no trabaja el que no quiere. Solo resta aclarar que el público (lleno total aún con entradas a casi $ 300) estalla de júbilo y parte raudo fuera del teatro a recomendar la obra a sus amigos, en su merecida cena en algún restó de Palermo Hollywood.
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